Tras haber obtenido una brillante nota final en mi licenciatura, y por consejo de mi médico, el doctor Hernán, decidí pasar un tiempo en la masía de mi familia. Era un viejo caserón, situado en un paisaje de ensueño: montañas, lagos, abetos y aire puro. Todo ello era bastante conveniente para mi débil constitución, agravada ahora por la enfermedad.
Me instalé en la finca. Hacía mucho tiempo que no iba, y me pareció mucho menor de cómo la recordaba. Ahora no tenía el aspecto de una antigua casa de campo de ganaderos. Había sido remodelada por completo: columnas de ladrillo visto, inmensas cristaleras con vistas al lago y las montañas y una fachada coronada por una amplia terraza.
La casa estaba fría, y olía ligeramente a moho y humedad, por lo que decidí abrir las ventanas durante todo el día, con el propósito de que ventilase.
Dejé mi equipaje en la que sería mi habitación durante el período de mi retiro, y me eché en la cama. Rápidamente me incorporé e introduje mi mano en el pequeño bolso de cuero gastado que siempre llevaba conmigo. Cogí una bolsita de plástico y pellizqué algo de hierba. Saqué un papel de fumar, un filtro y me preparé un porro. Me volví a tumbar en la cama mientras exhalaba el humo del cigarro. Poco a poco mi mente se fue sumergiendo en un remolino. Me incorporé mareado y me dirigí a la terraza, que estaba en mi habitación. Me apoyé en la balaustrada, y dejé que la droga siguiera con sus efectos. Mi vista se fue nublando, y una ligera modorra se apoderó de mí. Mis músculos se relajaron y el cigarro escurrió de entre mis dedos hacia el toldo del patio. Mientras las cenizas incandescentes oscurecían la tela oí el repetitivo timbre del teléfono móvil. Torpemente me acerqué hacia el aparato y, con un brusco movimiento, lo despojé de su batería. «Ya está bien», pensé, «Se supone que estoy aquí para relajarme, y olvidarme de todo lo que significan palabras como “progreso”, “civilización” o “telefonía digital”...»
Miré a mí alrededor, y me di cuenta de un algo bastante curioso: un lujoso televisor de veinticinco pulgadas, un equipo estéreo con reproductor de discos compactos, un ordenador en la salita... Salí al exterior y me percaté de un detalle que me había pasado inadvertido: sobre la terraza se alzaba al cielo una antena parabólica que rezaba en coloridas letras “Vía Digital”
1 comentario:
realmente bueno; me gusta mucho; me estoy dando cuenta de qué bien se te da describir momentos. De verdad, me parece muy bueno
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