La vida en sí


-No tengo miedo.
-¿De qué?
-De la muerte, no tengo miedo de morirme.
-No digas eso, hombre, no te vas a morir.

Le sonreí. Fue una sonrisa irónica. La intención del tío era buena, pero yo sabía que me iba.

Había sido débil toda mi vida, ¿por qué no iba a seguir siéndolo ahora? Igual que Fede, que había estado toda su vida aplastado. Los demás lo aplastaban con sus caras bonitas, lo eclipsaron por completo. Así que terminó siendo aplastado por un coche, aunque eso fue después de saltar del puente al asfalto. La gente como yo siempre tiene reservadas ese tipo de bromas que gasta la vida. Por lo que no tengo mucha esperanza de salir de esta. De todos modos no tengo siquiera ilusión, siempre se termina en lo mismo, ¿qué más da una desgracia de más o de menos?

Lo peor son mis padres, siempre igual. Toda mi vida quejándose de mí y ahora que me marcho también se quejan. Intentas calmar la cosa, pones ilusión en ello, pero siempre te salen por peteneras y terminas por pensar en tirarte por la ventana del cuarto. Pero, claro, te echas atrás cuando recuerdas que abajo está la piscina de la urbanización de enfrente y te da dentera estrellarte contra el bordillo. Así que no te queda más remedio que joderte un día más y ponerte a ver la tele.

¿La enfermedad que tengo? La verdad es que aún no lo sé, doy tantas vueltas que no me entero de nada; además, prefiero no saberlo. Seguramente será una de esas que te roen por dentro y hacen que se te caiga el pelo. Bueno, aunque no sé realmente si se me cae el pelo por eso, puede que sea por mis padres, que tienen que pagar el tratamiento y el pelo se les cayó hace tiempo (de tanto quejarse) y se me cae el pelo por ellos. No sé.

Y lo de roerme por dentro tampoco me importa demasiado. Desde que me di cuenta del mundo que me rodeaba no hago más que tener esa sensación y, que yo recuerde, no estaba enfermo de nada… sólo de asco.

La vida en sí consiste en ir acumulando todas las desgracias encadenadas a la espalda (o estar encadenado a ellas); al final siempre terminas rompiéndote la columna. Yo por lo menos la tengo bien.

Un día, alguien me llevó a ver a una persona y me dijo: “ Míralo bien, es un hombre que ha vivido mucho, aprende de él”. Yo sólo sé (fue lo único que aprendí) que aquel viejo tenía la espalda hecha polvo y que su mirada no era más que un cuadro descolorido de un naufragio absurdo.

No sé si me moriré hoy o mañana, pero no me asusta. Si mañana me despierto, le diré al enfermero o enfermera de turno que no me sodomice con el puñetero medicamento y me deje descansar en paz sin tener que debatir interiormente sobre mi autoestima antes de dejar mi cuerpo.

Lidia Álvarez de los Corrales Casals

1 comentario:

Raul dijo...

No es mío, pero pensé que merecía la pena ponerlo.