Ochenta y uno

Llevo un rato empujando al pingüino, pero sin dejar que se caiga. Supongo que es una metáfora, aunque en verdad no.

El pobre hace equilibrios patéticos sobre el hielo, y recuerdo tu risa cuando se caía. La risa que te provocaban las cosas absurdas.

Y yo llevo lo que me parece eterno agarrándome la vida por dentro, para evitar que salga, y se escape. Para que el equilibrio no se rompa, y caiga del hielo al mar, y todo se pierda, diluido.

Y me pregunto por qué caigo, si es por las mentiras, las traiciones o por intentar coger el pez que vuela sobre mí.

Pero caigo. Me aferro a la idea de que estoy a punto, de que puedo recobrar el equilibrio moviendo los brazos en un estúpido aleteo, de que en un momento dejaré de sentir los empujones que me acercan a la oscuridad del océano, que me agarraré con la punta de los dedos, que clavaré las uñas, que, una vez más, me salvaré.

Pero ya caigo. Estoy en el aire. No te oigo reir.

Sólo espero el
chof.



5 comentarios:

Lúa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

La próxima vez intenta darle de comer en vez de intentar ahogarle

Anónimo dijo...

Tres meses sin escribir... Mucho tiempo.

Numb dijo...

He leído algunas entradas y me gusta mucho como escribes.. Lástima que no lo hagas más a menudo ;)

Numb dijo...

.. Aún estás a tiempo de retomarlo.

Gracias por tu comentario :)