Setenta y Nueve

Es curioso ver cómo las nubes son negras al amanecer, cuando el sol resplandece en oro por detrás, y los millares de hilos de luz que se filtran actúan como resortes de fe.

En mi caso siempre es una crisis de fe: te planteas si no va a ser cierto que exista un dios hermoso detrás de todo. Afortunadamente, luego vuelvo a pensar un poco y se me pasa.



Y sigo en el tren, que atraviesa asfalto y tierra con la misma facilidad; que penetra las entrañas de la urbe, o la corta por la mitad como cicatrices insalvables; que separa y une, devorando siempre el acero de sus vías, con sus muelas redondas, gastadas y chirriantes.



1 comentario:

Gato negro dijo...

¿Vuelves por aquí?
Veo que poco, pero algo vuelves, ya me dirás porqué.
Veo que el amanecer y todo lo que rodea a su fugacidad ha hecho estragos en vos, buen comienzo.
Un abrazo enorme.