Setenta y Siete


Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Sus dedos crujieron como el papel al rodear con fuerza la piel gastada de la empuñadura. Pero es donde su mano debería estar. Todos los callos de su mano, las heridas y cicatrices, coincidían y se amoldaban a las curvas que producían las tiras de cuero.

La hoja estaba gastada, y algo sucia cerca de la guarda, quizá de algo de sangre seca que no limpiara bien la última vez, con las prisas. De todas formas, a pesar de las durezas que recubrían el pulgar, podía notar perfectamente el filo, y cómo este pretendía introducirse en la carne a través de la piel.

Volvió a dejar la daga en la funda de piel, y la envolvió con ella, con tristeza y solemnidad, como si amortajara una parte de sí.

Hacía años que había abandonado ese camino, para escribirse unas nuevas líneas, y salirse de lo que había planeado. Abrió el cajón, levantó el falso fondo, y escondió el paquete como si se tratara de un tesoro. Volvió a colocar la madera, como la tapa del ataud, y enterró el acero en la madera.

Hacía años que había abandonado ese camino, pero nunca había llegado a engañarse tan bien como a los demás. La sed de sangre le seguía consumiendo por dentro, como un fuego que nunca se había apagado. Encendió un cigarro, con las manos temblorosas. Se colocó el pelo con la mano, inentano peinar de alguna forma las canas que le caían sobre la frente.


Cigarrillo en mano, salió del garaje. En el jardín trasero le esperaban para soplar las velas su mujer, su hija, y el gilipollas de su yerno.


4 comentarios:

Elena -sin h- dijo...

Siempre existe ese instante.

Me alegra verte de nuevo por aquí.

♥ La Haine ♥ dijo...

Hacía mucho que no te leía.. y ha sido brillante :) Gracias por este texto, un beso.

Edel dijo...

"Pero es donde su mano debería estar"
Casi nunca coinciden; el lugar donde estamos, y el lugar donde deberíamos estar, no suelen ser el mismo...

majus dijo...

que escondes tu en esa trampa del cajón?