Setenta y cuatro

Los pantalones de cuero le daban calor. Y la chupa. ¿Y por qué coño tenía que ser negra también la camiseta?. El heavy no está pensado para La Mancha. No en julio, desde luego. Pero bueno, piensa, si no soy capaz de resistir treinta y cinco grados a la sombra no soy digno de sentir todo el poder del metal circulando por mis venas.

Busca algún sitio donde sentarse, que tenga algo de sombra. Hay una especie de placita donde se unen dos de las seis calles del pueblo. Y hay árboles y bancos, y un cesped con una valla metálica bajita para que se enganchen los borrachos al pasarla. Y hay una fuente en medio; completamente seca.

Ramón se sienta en el banco. Los pies en el asiento. Saca un cartucho de pipas de uno de los bolsillos de la chupa y empieza a comer. Mala idea, ahora tiene la garganta seca; y verás como se le atragante un trocito de pipa. Carraspeando y paranoico se levanta y va hacia un súper que había visto tres calles más atrás, a la entrada del pueblo.

A los cinco minutos vuelve al mismo banco: no es plan llenar toda la plaza de cáscaras de pipas, tío, y saca una litrona de cerveza. La abre con un mechero, y da un trago largo. Un golpecito en el pecho, y gas fuera. Casi como a un bebé, piensa. Sí, un bebé de metro setenta, con greñas y enfundado en cuero, sudando como un cerdo, en medio de la nada.

Me cago en el manager de los Belcebú, coño. ¿A quién se le ocurre organizar un puto concierto aquí en medio de ninguna parte?


Un viejo pasa por delante de él, y se le queda mirando, tranquilamente. Ramón asiente con la cabeza a modo de saludo y vuelve a beber cerveza. Otro trago largo, y otra vez como un bebé. Hace el gesto de mirar su reloj, pero para ir conjuntado lo ha dejado en casa, trayendose una de las muñequeras de pinchos que tanto odia su madre: ¡pareces un mamarracho!

Saca de nuevo las pipas, y unos auriculares de diadema, y le da al play en el walkman. Unos leves aullidos estruendosos y agudos empiezan a envolverle. Con una mano sostiene el cartucho de pipas y se las va echando en la boca, mientras que con la otra mantiene el ritmo de la batería.





Empieza a sonreir, y a subir el volumen: los Belcebú suenan de la ostia, y esta noche le esperan en su Valhalla particular...

No hay comentarios: