Sesenta y Dos

Bosques, Costas y Licántropos


- Antes los bosques debían dar miedo de verdad...

- ¿Cómo?

- Sí. Quiero decir, ahora no dan miedo.

- ¿Y por qué iba a dar miedo un bosque?

- No creo que lo entiendas. En el Sur no hay bosques de verdad. No hay bosques de los que estoy hablando. Me refiero a bosques oscuros, en los que los troncos de los árboles están tan juntos que no te dejan pasar por algunas zonas. En el Sur hay bosques, pero esos pinos no llegan a ser tan opresivos.

- Tú también eres del Sur. ¿De qué me estás hablando? No has visto otro bosque que no sea un campo de olivos o un pinar.

-Ya lo sé, y a eso me refiero; a que eso no da miedo. En un olivar no puedes ambientar una historia del tipo «Hacía tanto frío en invierno que ni los lobos se atrevían a cruzar la oscuridad del bosque»

- Es un principio manido. Manido, tópico y chungo, además.

- ¡Claro! No sé cómo es un bosque de verdad, para un cuento de verdad.

- ¡Coño! No te limites a la fantasía de Tolkien, ni a los cuentos de hadas de los Grimm.

- Ya lo sé, pero es lo que he mamado de crío. Ningún cuento decía «Hacía tanto calor, y el sol pegaba tan fuerte que los olivos deseaban sudar para refrescarse, aún a costa de morir de sed…»

- A mí me parece más interesante; es más original, ¿sabes? Tiene como más potencial… Inténtalo.

- Pero no sé nada de eso. Y no puedo meter licántropos o hadas en el Sur. No pega.

- Bueno, licántropos no sé, pero tienes buenas historias sobre personas que se transforman en bestias.

-¿Cómo?

- Claro, escucha esta:

«Arthur Schmith no era consciente de la maldición que pesaba sobre él. Hacía menos de una semana que había adquirido unos billetes de avión con reserva de hotel en una zona que le habían descrito como paradisíaca, tanto el empleado de la agencia de viajes como un compañero que ya la conocía.

«Empezó a preparar su viaje, mirando guías y estableciendo extrañas rutas turísticas; llenando su maleta de ropa de un tamaño mucho menor del que consideraríamos adecuado; informándose de las costumbres del lugar y sus gentes, descritas como afables y atentas, simpáticas y siempre prestas a ayudar, como suele ser propio en los pueblos propios hacia los ricos.

«El caso es que llegó el equinoccio y Arthur Schmith cogió sus maletas, sus billetes de avión y un buen montón de dinero, y partió hacia el Sur.

«Tras un par de horas de vuelo, y otras tantas (si no más) de espera de recogida del equipaje, desorientación, vueltas por diversos pueblos en taxi antes de llegar al hotel (desde el que casi se divisaba el aeropuerto a un tiro de frankfurt), problemas con la suite reservada, mágicamente convertida en un cubículo (con baño, eso sí), Arthur Schmith había completado su ritual de iniciación, y ya estaba listo para su transformación: agotado por la presión física y mental, Schmith se dirigió hacia la costa (que ya se encontraba abarrotada) con la intención de repostarse junto al mar, arrullado por el sonido de las olas.

«Pero el calor y sol intensos eran algo desconocido para el organismo de Schmith; el hielo que conservaba prietos los órganos internos en el abdomen se deshizo, y una redonda panza salió a relucir; panza que fue incrementando de volumen tras la ingesta de varias jarras de sangría fresquita, con su correspondiente tapa de Paw-yeh-La (un extraño arroz de color amarillo brillante, guisantes, y una cabeza de gamba).

«Tambaleándose por las reacciones químicas que se estaban produciendo en su interior, y tras unos largos largos minutos de búsqueda, el señor Schmith, inmerso en el proceso de cambio, aunque inconsciente de ello, consiguió depositar su toalla en el suelo, embadurnarse en crema protectora (factor trescientos) y quedar como una croqueta a medio rebozar, se tumbó dispuesto a descansar, de una vez por todas, arrullado por el sonido de las olas.

« Arthur Schmith siempre consideró tener un buen sentido del oído, pero fue incapaz de encontrar el arrullo del sonido de las olas entre el ruido de los que juegan a las palas, las conversaciones a voces y la radio de una familia que había levantado una especie de campamento, cuyos hijos gritaban, se peleaban y revoloteaban a su alrededor, y a veces sobre él y su toalla nueva con un mapa de la costa dibujado.

«Aún así, el señor Schmith (que no era demasiado exigente en temas de confort a estas alturas) cayó rendido, completando así el último paso del macabro ritual de transformación. Cuatro horas de sueño bajo el sol le dejaron convertido en un mutante; lo que antes había sido un hombre era ahora una especie de gamba a la gabardina gigantesca, y con la misma movilidad. Completamente aturdido por este cambio y por la agonía que le producía cualquier leve roce, Arthur Schmith decidió usar un remedio casero para paliar su sufrimiento: ir a la barra de algún chiringuito y tomar jarra de sangría tras jarra de sangría hasta que fuera hora de pasar a algo más fuerte.

«A la media noche, Arthur Schmith, antes un tipo normal, se había convertido en una bestia hinchada y rosácea, completamente embriagada y fuera de sí, con una sed de sexo desacerbada que le obligaba a atacar a toda hembra que tuviera al alcance.

«La transformación duró los doce días que pasó en el Sur, disipándose con el duro clima del Norte, y la vuelta a una rutina de trabajo y cerveza y salchichas. Pero la bestia que despertó en su interior tan solo hiberna, esperando la llegada del nuevo equinoccio que le devolverá la libertad…»

-Y… ¡FIN!

-¿Y eso es una historia de terror en el Sur?

-Nunca te has encontrado un alemán borracho en Puerto Marina, ¿verdad, guapete? Otro día te sigo la historia, si quieres, pero desde el punto de vista de las víctimas. Y, de todas formas, tú me pediste una historia de licántropos en el sur.

-Bueno, yo tenía en mente algo más cthulhuideo, pero en fin…

-¡Uf! Eso es más difícil. Kárate a Muerte en Torremolinos es lo más Lovecraft que se puede ver en el Sur…


3 comentarios:

Gato negro dijo...

¡Monstruoso!He vivido en mis propias carnes escenas de ese tipo, y aunque no soy un conocedor del arrullo de las olas del mar, entiendo cada palabra. sin duda, he tenido más que miedo.
Brillante, y no solo el arroz, también el cuento. Con esto ya me puedo ir directo a la cama. Hoy no seré manager hasta la madrugada.

GATO NEGRO

Anónimo dijo...

Cada día más y más. Recuerda, escribe y juega.Dibuja un boceto de cada mirada. Raya tu cuaderno con tus tripas.
Cuentas más de lo que vales y vales mucho más de lo que puedas imaginar.

Anónimo dijo...

Más de un mes sin escribir nada. ¿Te ha comido la mano el gato?
Yo que me estaba aficionando a tener una lectura interesante todos los meses...