Cuatrocientos catorce mil setecientos veinte

Sus ojos se movían de forma diferente. No sólo hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo, sino también hacia delante y detrás, pero sin salirse de la cuenca. Su pupila podría abrirse hasta no ser más que pupila, pupila, y pestañas naciendo de un párpado. Y podía cerrarse hasta desaparecer, dejando una joya de brillo azul enmarcada en nácar, sujeta por carne y piel.
Tampoco es que hablara mucho; sólo eran necesarias algunas muecas leves y gestos insinuados para aceptar o rechazar una opción, y no se entretenía en proponer alternativas: directamente las realizaba.
Sus movimientos eran fríos y precisos. No había un oscilamiento que no respondiera a una necesidad; sus manos se dirigían directamente al objeto que quisiera cojer sin entretenerse ni dudar. La vacilación no era posible, sólo los hechos.
Se creía feliz (lo era) porque todo estaba preestablecido, calculado para una máxima eficiencia. La duda era una molestia ya superada, que sólo podía producir incertidumbre y un pesaroso malestar que afectaba a su rendimiento.
No necesitaba parpadear. Le llegaban al cerebro cien imágenes por segundo. A setecientos veinte por quinientos setenta y seis.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Demasiados datos para un cerebro humano.
No estaba feliz. Estaba saturado.

alZhu dijo...

Pues qué triste... no todos los movimientos atienden a la necesidad.

Me gusta mucho cómo está escrito pero no sé qué quieres decir :( jooooo

Mil besos

E dijo...

Siempre cabe la vacilación, por mucho que nos pese. Aunque es un estado transitorio que de inmediato da paso a otro diferente.

Menudo salto numérico.

Bibián dijo...

Me gusta pensar que te hacia creer que estaba seguro... A mi tampoco me es permitido vacilar en un paso de tango, pero lo hago y disimulo...

lluvia de emergencia dijo...

cierra los ojos. escucha a tu alrededor.

una ... dos ... tres

a este ritmo podrás asimilar las imagenes. jeje

me gusta, me gusta

:)