Doce

A veces, en mis sueños, voy allí.

La vieja casa se alza solitaria donde siempre, desde hará una infinidad de tiempo -tanto que quizá no tenga sentido alguno-. Siempre hay algo de bruma y humedad a su alrededor, producto del mar que se encuentra a un centenar de metros. La casa es calma, con la hierba rodeándola como un manto que se confunde con el turquesa del mar y el gris del cielo triste del norte.

Dentro hace frío, pero nunca me importó. Las paredes están desnudas; sólo queda algún mueble y alguna estantería colgando de la pared, con una gruesa capa de polvo recubriéndolo todo, envejeciendo el conjunto, y haciéndome insignificante.

Hay unas escaleras que llevan arriba; y arriba hay una puerta; y tras la puerta, un desván aún más viejo que el resto de la casa, y más polvoriento; y en el desván, entre multitud de tesoros sin valor, hay un gran espejo de cuerpo, cubierto por una sábana sucia y mohosa; y si retiras la sábana, verás a Julia, mirándote con sus grandes ojos muertos.

Julia vive en el espejo. Es curioso, porque el espejo refleja exactamente lo que tiene delante, salvo a ti; bueno, eso, y a Julia. Creo que Julia es demasiado tímida para dejar que te reflejes en su espejo; o a lo mejor es que no hay sitio para más.

La primera vez que la vi, hace ahora como un centenar de años, creo que se asustó más de mí que yo de ella. Je, aún me hace gracia recordar el batacazo que se dio, al saltar para atrás y tropezar con un baul que yo acababa de mover de sitio. Luego se arrastró rápido por el suelo, y asomó sus grandes ojos negros por encima del baul. Seguí petrificado frente al espejo, con la sábana en una mano, y el polvo brillando como confeti a la luz crepuscular.

Entonces nos hicimos amigos.

1 comentario:

kay dijo...

... julia, ojos grandes. Me gusta. Me gusta mucho; se nota que lo tuyo, es la imagen. La plasmas, del todo, y con matices ;)