Dieciséis

Estoy Muerto (III)

Recuerdo que aquella noche cené poco, y que me senté en un cómodo butacón frente a la chimenea, pues de noche refrescaba bastante. Encendí el equipo de sonido, y puse un disco de Helloween, a un volumen apenas audible. Sonriendo recordé las palabras que día tras día me repetía mi madre «¡Esa música terminará por afectare al cerebro...!» Centré mi atención en el libro que tenía entre mis manos: Por quién doblan las campanas, de Hemingway. Por encima del sonido de la música me pareció entender otro, más grave y monótono, pero lo atribuí a mi imaginación.

Seguí, relajado, hasta que el disco se detuvo, permitiéndome oírlo otra vez con una hórrida claridad: repetitivos, oscilantes, secos golpes de piedra sobre piedra, lodo, madera, metal... Dejé el libro sobre la mesita que tenía junto a mí. Pensé en incorporarme, para localizar el origen del murmullo, pero entonces me detuve petrificado. Pude paladear la adrenalina, bombeada desde mi corazón por todo mi cuerpo, inundando mis venas, reemplazando cada gota de mi sangre.

Aquella noche no dormí, como tampoco lo haría en las siguientes. Cuando me levanté no tenía fuerzas –físicas ni psíquicas– para ponerme de pie. Tuve que hacer un gran esfuerzo, y poco a poco, mis músculos se desentumecieron. Resonaba en mi interior el recuerdo de lo acontecido la noche anterior, con una vaguedad que no ocultaba su terrorífico secreto. Decidí comer algo, pero mi garganta era incapaz de tragar nada, así que pensé en recoger un poco la casa intentando olvidar lo ocurrido.

Por la tarde me senté en la terraza, agotado. Por más que lo intentaba, no podía apartar de mis pensamientos el horror de la noche anterior, que volvía a mi cabeza como un mal sabor de boca. Saqué otro porro, y lo encendí. Aspiré profundamente el cálido y aromático humo, y, a medida que inundaba mis pulmones, una sensación de paz me invadió. Sentí como mi mente se volvía inquieta, y poco a poco las imágenes de la noche anterior resurgieron.

Aquellas sensaciones debían ser fruto de una influencia externa. No podía ser mi imaginación, ni mi subconsciente, estaba claro. El grito, pensé, podría ser el causante de aquello, pero era inconcebible que un sonido pudiera dañar de tal forma mi mente, perturbar mi paz interior llegando hasta el extremo de obsesionarme como nunca me había sucedido. Los conocimientos que me fueron revelados eran impresionantemente crudos, fríos y reales.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Envuelves con tus palabras, me introduces en tu historia, me sientas en tu butacón. Eres capaz de describir de tal forma que me sacas de esta habitación y de todo lo que hay en ella para ver sólo lo que quieres que vean mis ojos. Es increíble.

Eva Bntz dijo...

es que Hemingway es mucho Hemingway. Te recomiendo "Courtney y yo" , la vida de esta Díscola estrellita del pop se estrellará contra tus neuronas sabias causandoles una importante confusión que las mantendrá distraidas un rato dejando el paso libre a la verdadera imaginación: la tuya.

kay dijo...

se siente estando muerto, por lo lo que veo
Uhmm...

Anónimo dijo...

Has pensado en no cortar tanto las frases? Deja que fluya mas la historia, que resbale, que se fundan unas frases con otras, permite que se abracen y no pases tan rapido de una cosa a otra.