Mira fijamente cómo parpadea el cursor en la pantalla; en blanco, su inmaculada vacuidad le quema las retinas, insulta a su voluntad (¡a ver si tienes cojones de rellenarme de una puta vez!). No aparta la mirada, que sigue perdida en un punto que se encuentra más allá de cualquier cosa visible; tampoco él alcanza ese punto, aunque la hipnosis que le produce el ir y venir del marcador le acerca peligrosamente.
Las manos, sucias, siguen apoyadas inertes sobre el teclado, mugriento. El desorden que le satura le hace sentir confortable: libros apilados y sin ninguna relación posible entre sí, discos amontonados, bolígrafos gastados en garabatos sin valor, papeles y papeles... No extraña el útero materno porque es incapaz de recordarlo, pero no se imagina un sitio que sea más él que ese microcosmos caótico.
De forma distraída se rasca un ojo, que le pica. Desentumece el cuello, estirándolo sobre cada hombro y haciéndolo crugir. Se sienta, haciendo que su espalda recupere la vertical con un chasquido de dolor medular, y parece que reacciona. Mira decididamente a la pantalla, y sonríe. Apaga el ordenador.
Mañana volverá.
Las manos, sucias, siguen apoyadas inertes sobre el teclado, mugriento. El desorden que le satura le hace sentir confortable: libros apilados y sin ninguna relación posible entre sí, discos amontonados, bolígrafos gastados en garabatos sin valor, papeles y papeles... No extraña el útero materno porque es incapaz de recordarlo, pero no se imagina un sitio que sea más él que ese microcosmos caótico.
De forma distraída se rasca un ojo, que le pica. Desentumece el cuello, estirándolo sobre cada hombro y haciéndolo crugir. Se sienta, haciendo que su espalda recupere la vertical con un chasquido de dolor medular, y parece que reacciona. Mira decididamente a la pantalla, y sonríe. Apaga el ordenador.
Mañana volverá.
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