Es cansado, pero continúa. La montaña se alza interminable ante él; las piedras del camino se le clavan en las plantas como cuchillos, y las heridas le arden como si andara sobre ascuas. Él sigue adelante. Los brazos le pesan, colgando inerte de su costado; la sangre está medio seca, formando caprichosos dibujos rectilíneos de color marrón sobre su piel oscura, teñida por el sol, el sudor y el polvo. Las ramas siguen lacerándole la cara, las manos, como punzones vivos movidos por una voluntad ajena a todo, pero no se detiene.
Las aristas rocosas de donde crecen espinos -¿cómo pueden sobrevivir en este infierno de piedra?- amenazan con engullirle. Las sombras amenazan su paso, pero entre las peñas puede intuir su objetivo, parcialmente oculto por las nubes.
Desea Soma, y sentarse en una roca al pie del camino, y olvidarse de todo, y quedarse dormido hasta morir, y que sus restos sirvan de alimento -¿a quién, en este infierno de piedra? Seguramente nadie repararía en sus huesos, porque nadie querría llegar hasta ahí-. Desea muchas cosas, con muchas consecuencias, pero nada con tanta fuerza como llegar a la cima, invisible tras el manto nublado.
No sabe qué busca.
Las aristas rocosas de donde crecen espinos -¿cómo pueden sobrevivir en este infierno de piedra?- amenazan con engullirle. Las sombras amenazan su paso, pero entre las peñas puede intuir su objetivo, parcialmente oculto por las nubes.
Desea Soma, y sentarse en una roca al pie del camino, y olvidarse de todo, y quedarse dormido hasta morir, y que sus restos sirvan de alimento -¿a quién, en este infierno de piedra? Seguramente nadie repararía en sus huesos, porque nadie querría llegar hasta ahí-. Desea muchas cosas, con muchas consecuencias, pero nada con tanta fuerza como llegar a la cima, invisible tras el manto nublado.
No sabe qué busca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario