Ocho

No ves nada más que el camino; el camino, la ladera de la montaña, y el vacío blanco al otro lado. Estás en la nube. La blancura te deslumbra e impide ver tu meta. Tus botas se deshicieron hace tiempo contra las rocas, y ahora un reguero de sangre marca tus pasos.

En una curva pisas una piedra plana, húmeda, que con tu sangre te hace perder el pie y caer. Resbalas unos segundos, para darte cuenta de que flotas en el vacío, en la blanca nada de aire. Te giras, aún temiéndo hacerlo; quieres ver el suelo cuando salgas de la nube, y quieres ver el impacto, como cuando sueñas que caes; y quieres vivir ese fundido rápido a blanco con el que la gente muere en el cine.

Tras el fundido, despiertas. Te has dormido mientras caminabas. Sólo puedes ver el sendero ante ti, pero, de repente, tus pies no duelen, tus brazos no pesan, tus ojos no te ciegan, y eres capaz de vislumbrar, allá a lo lejos, la cumbre dorada que te envenena.


1 comentario:

alZhu dijo...

Genial esa idea del fundido. Me gusta.